Copio aquí el link de un artículo que apareció en el NYTimes ayer que plantea algunas posibles incongruencias que emergen póstumamente en la biografía de Roberto Bolaño, sobre todo su supuesta adicción a la heroína y la ambigüedad sobre su ubicación georgráfica durante 1973 (http://www.nytimes.com/2009/01/28/books/28bola.html?pagewanted=2&ref=books). Esta última me llama la atención, no tanto porque me urge saber con precisión dónde anduvo el autor en todo momento, sino porque me recuerda demasiado a “La otra muerte” de Borges. Recordarán que en ese texto, Pedro Damián había jugado en infame papel de cobarde en la batalla de Masoller pero, sobre su lecho mortal, logró mediante un milagro que sólo Borges puede conjeturar, volver a Masoller y redimirse como hombre valiente, creando así diferentes memorias entre quienes por un lado lo recordaban huyendo y quienes lo admiraban por haber dirigido la carga y recibido una bala en pleno pecho. Borges escribe:
“Modificar no es modificar un solo hecho; es anular sus consecuencias, que tienden a ser infinitas. Dicho sea de con otras palabras; es crear dos historias universales. En la primera (digamos), Pedro Damián murió en Entre Ríos, en 1946; en la segunda, en Masoller, en 1904. Esta es la que vivimos ahora, pero la supresión de aquélla no fue inmediata y produjo las incoherencias que he referido. En el coronel Dionisio Tabares se cumplieron las diversas etapas: al principio recordó que Damián obró como un cobarde; luego, lo olvidó totalmente; luego, recordó su impetuosa muerte. No menos corroborativo es el caso del puestero Abaroa; éste murió, lo entiendo, porque tenía demasiadas memorias de don Pedro Damián.”
Puede que algo parecido ocurrió con Bolaño. El padre de Bolaño recuerda haber hablado con su hijo sobre asuntos familiares en esa época a pesar de que un amigo mexicano, Ricardo Pascoe, asegura que Bolaño no estuvo porque parecía carecer de información conocida por todos sobre los acontecimientos. Carmen Boullosa, tachándolo con tierna misericordia de mentiroso, escribe: “I understand why he lied, because he was remorseful at having missed out, at not having been there.” Pero, ¿qué pasaría si Bolaño no es más que otra encarnación de Damián? Sería posible que por azares imprevistos Bolano no pudo estar en Chile durante el golpe pero mediante la escritura y una narrativa personal hilvanada a lo largo de varios años, pudo colocarse ahí y, de algún modo, participar en aquellos aciagos días. Sin importar cuáles sean los verdaderos datos relativos a la vida del hombre, lo cierto–al menos por ahora–es que estamos frente a dos historias universales: en la primera (digamos), Bolaño reside en México en 1968, participa en o al menos observa el movimiento estudiantil del 69 y vuelve a Chile en 1970 para apoyar al recién elegido Allende; en la segunda, permaneció en México y perdió el golpe y la dictadura, pero los recupera mediante la narración y, tal como todos vivimos vidas y ajenas experiencias por la lectura, pudo estar ahí al igual que yo acabo de presenciar el atentado contra Porfirio Díaz en 1897 (Uribe. “Expediente de un atentado”), el golpe militar argentino (Neuman. “Una vez Argentina”) y las pláticas entre Hitler y Kafka (Piglia. “Respiración artificial”).
Otra teoría que podríamos esbozar depende de la voluntad del lector de ver similitudes en el rostro del autoritarismo, dondequiera que se encuentre e imaginar que, viendo la sonrisa del mandril pudo imaginarse la cara del caudillo. Pero eso lo dejaremos para otro día. Mientras tanto, tendremos que bregar con versiones competitivas pero no del todo desvinculadas de la historia que el mismo Bolaño quiso sembrar, confundiéndose así como lo hace en sus textos, realidad y ficción, historia e imaginación.